Sin Prisa, Pero Sin Pausa

Sabia virtud de conocer el tiempo Renato Leduc Vivimos la era del vértigo. Impera el criterio de la economía de tiempo y todo queremos hacerlo a gran velocidad. Los medios de comunicación y los avances tecnológicos contribuyen a reforzar este concepto. Proliferan por ende, negocios donde todo se hace rápidamente: la comida, las copias, lavar ropa, planchar, limpieza de casas y terrenos, la jardinería, la pintura de predios, las fotografías y un sinfín de cosas más. En esta época donde se privilegia la rapidez, todo marcha aprisa: la vida diaria, las actividades cotidianas, el trabajo y hasta las relaciones personales: los noviazgos, si es que así pueden llamarse, son fugaces y los matrimonios duran un suspiro. Pero perdemos de vista que la vida transcurre en un abrir y cerrar de ojos y no damos importancia a lo que resulta verdaderamente trascendente y desperdiciamos el tiempo asignado a la existencia humana para estar en este mundo. Hemos olvidado que hay cosas que vale la pena hacer con detenimiento; pausadamente, en las que la espera y el tiempo invertido, acrecientan su valor. No entendemos que una pieza de cristal, una buena cosecha de vino, un poema, una sinfonía, son cosas que deben hacerse con dedicación y cuidado, casi con minuciosidad. De ahí la importancia de dar el tiempo necesario a actividades tan importantes como hacer el amor, cuidar un hijo, leer un buen libro, platicar con un amigo, decir a nuestros seres queridos lo que sentimos por ellos, porque después quizá no sea posible. Por eso me revienta esa moda tan socorrida en la actualidad de querer abreviar las palabras, no solo en los mensajes escritos o enviados vía teléfono celular, sino hasta en el lenguaje. Hace algún tiempo conversaba con una amiga, casada con un descendiente de españoles y al término de la charla se despidió: feliz finde… ¿Finde?, ¿qué es eso?, le pregunté. Fin de semana, especificó. Yo le comenté que porque no utilizar la expresión adecuada y me respondió que así se estilaba hoy día en España. Concluida la comunicación, me cuestioné porque rayos tendría que emular a los gachupines en mis expresiones siendo yucateco y entendí que el malinchismo trasciende a todos los ámbitos, hasta al coloquial y lingüístico. Hace apenas unos días, una persona muy especial para mí, esta vez de Argentina, echó mano también del malhadado vocablo: feliz finde… ¿Finde?, ¿Qué es eso?, ¿es otro de los nuevos mamotretos creados o aceptados por la Real Academia de la Lengua Española?, apostrofé. Quiere decir fin de semana. Se usa para abreviar, me aclaró. A ella por la confianza y el cariño, si le endilgué una filípica respecto de la importancia de hacer las cosas debidamente y hasta invoqué el soneto del inmortal Renato Leduc: Sabia virtud de conocer el tiempo, a tiempo amar y desamar a tiempo, como dice el refrán: dar tiempo al tiempo… No sé si mis esfuerzos concientizadores fructificaron, pero me queda claro que siempre voy a sustraerme a esta perversa usanza de hacer las cosas y vivir con desenfrenado frenesí. Es importante detenernos a reflexionar. La filosofía, descubrimientos astronómicos y grandes inventos de la antigüedad se dieron con base en la observación y en el cultivo del arte de la paciencia. Los orientales, son más sabios que nosotros y hacen énfasis en este aspecto, en artes como el bonsái, el origami y muchos otros. Ahora mismo, escribo estas letras con delectación de artista y mi hijo, fiel testigo de su tiempo, me apremia para dejar la computadora y jugar con él, lo que debe realizarse de manera perentoria, como es obligado dar cumplimiento a las órdenes regias. Pero esto mismo, de alguna forma enfatiza lo que planteaba con antelación: dediquemos tiempo a quien amamos, digámosle lo que sentimos, hagamos las cosas con calma, disfrutémoslas y gocemos los momentos que nos toca vivir y Dios nos regala, pues no sabemos cuándo terminará todo. Brindemos la importancia indispensable y el tiempo necesario a cultivar lo que Benedetti denominaba esa vieja costumbre de sentir y hagámoslo sin prisa, pero sin pausa…

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