Rosario de Filigrana

En Rosario de Filigrana estamos retratados y nos reconocemos todos los yucatecos: desde los descendientes de los hacendados, que convirtieron en henequén en el oro verde, hssta los funcionarios que por falta de visión hicieron un problema del monocultivo, los líderes campesinos y la gente de nuestro pueblo, con su inagotable caudal de picardía, sabiduría innata y sentido del humor. Rosario de Filigrana, obra original de don Fernando Mediz Bolio fue estrenada en 1953, reestrenada en 1983 y ahora, gracias a un indiscutible acierto del gobierno del estado, volvió a ponerse en escena. Hay que aplaudir este género de iniciativas, dado lo complejo que resulta llevarlas a cabo, no solamente por el costo que representan, sino por la dificultad que implica hacer confluir en escena actores, bailarines y músicos. La obra, del género de Revista Musical, prácticamente inexistente en nuestros días de manera inexplicable, narra la historia de las vicisitudes amorosas de Petrona y Joseito, que se comprometen y simbolizan su relación mediante un rosario de filigrana, alhaja indispensable en el atavío de gala de nuestras mestizas, que portan en ocasión de las grandes festividades. Joseíto es víctima de las maquinaciones de un grupo de ambiciosos hacendados, que discurren poner un hombre de paja al frente de la principal agrupación de productores de henequén, para poder encontrar manera de seguir manejando las cosas a su antojo. El protagonista, se deja llevar por sus sueños de grandeza y sucumbe a todas las tentaciones que el espejismo del poder ofrece a quienes lo detentan y ensoberbecido, traiciona el amor y la confianza de su prometida, que aguarda en Yucatán su retorno de un periplo concebido para convertirlo en hombre de mundo. Al retornar a estas lajas, Joseito presume a los integrantes de su grey su nueva posición y les hace sentir que no están a su altura, pero se lleva tremenda decepción al percatarse del verdadero papel que le estaba destinado: ser personero de las arbitrariedades de los grandes señores. Cuando se niega a plegarse a los dicterios de los factores del poder, se percata horrorizado que deberá retornar a su condición primigenia, para encontrar reconfortado que a pesar de todo, lo aguarda el amor de Petrona, inmutable y firme, que a final de cuentas lo comprende, lo perdona y lo redime. La puesta en escena es ágil, amena y pletórica de sabrosos arcaísmos linguísticos que recordamos cariñosamente quienes rebasamos las cuatro décadas de existencia. Mención especial merece la actuación de Andrea Herrera, que hizo honor a su apellido, sinónimo de calidad y prosapia teatral y que pese a proferir algunas expresiones completamente fuera de lugar, contrastantes con la temporalidad de la obra, no dejaron de estar llenas de ingenio y supieron despertar carcajadas y arrancaron las palmas del respetable. Destaca en el reparto José Luis Almeida, que aporta la seguridad y el oficio actoral de su veteranía, interpretando al personaje de don Camilo. Debo mencionar que no creo en compartir protagónicos, pero indudablemente Miguel Coello y Raúl Niño estaban pintados para desempeñar el rol principal. Me tocó en suerte constatar la calidad del trabajo de Miguel Coello, que no perdió ocasión de hacer una oportuna digresión en la que lamentó la dificultad que representará para los integrantes del elenco, cobrar los emolumentos correspondientes al montaje. Ojalá las autoridades de la Secretaría de Cultura pongan atención a la observación y no dilaten en demasía los pagos, toda vez que los artistas, contra lo que muchos suponen, también tienen la mala costumbre de comer tres veces al día, tener familia, calzar, vestir y desear divertirse y es de justicia elemental retribuir convenientemente su trabajo, que nos proporciona solaz y esparcimiento. Confieso que me quedé con las ganas de ver a mi buen amigo Enrique Cascante personificando a don Beto, pero Juan Ramón Góngora no desmereció. Zuleyma Leal interpretó correctamente a una pispireta Rosarillo. En general, el elenco lo hizo admirablemente y la trancisión hacia los números musicales y bailables fue con mucha fluidez. Es preciso hacer mención de un par de detalles: la música se escuchaba como fuera de cuadro, quizá por la puntada de situar la orquesta detrás del escenario, en vez de ubicarla en el foso, como hubiera sido de esperar, tal vez en aras de ganar espacio, cosa por demás innecesaria. Debemos apuntar que la calidad del sonido de los micrófonos de los solistas dejó mucho que desear, pues no permitía un adecuado fraseo y hacía ininteligibles algunos pasajes de los temas musicales a interpretar. La orquesta, fuera del detalle consignado con antelación, estuvo muy bien, destacando los violines. Buen trabajo del cuerpo de baile y del Ballet Folclórico del Estado. Extendemos nuestros parabienes a Juan Palacios y Pedro Carlos Herrera, a cargo de la dirección musical y particularmente a Tomás Ceballos, director escénico, por sus 40 años de vida teatral, toda vez que fue de los primeros yucatecos en aventurarse a la Ciudad de México para prepararse en materia de arte dramático. Ignoramos los motivos por los que el festival de teatro de este año no lleva su nombre, como se le había asegurado que sería, pero instamos a los responsables a no dejar de hacerlo: honrar honra. El Peón Contreras lució majestuoso como es habitual, destacando la amabilidad del cuerpo de edecanes en turno, que amablemente atendía al público asistente, luciendo la presencia del cantautor Sergio Esquivel, a quien tuvimos el gusto de saludar Aplaudimos, reitero, la iniciativa del Gobierno del Estado de llevar a cabo esta puesta en escena y extendemos una felicitación a la Secretaría de Cultura, por el éxito obtenido. Las instancias culturales de otros niveles de gobierno, debían aprender de éstas actividades y seguir el ejemplo. Obras como Rosario de Filigrana, que son parte del patrimonio intangible de los yucatecos, pues reflejan nuestro modo de ser y nuestras costumbres, deberían ser junto con otras, resultado del arte dramático universal, objeto de apoyo de las autoridades, que deberán ser conscientes de que un pueblo culto y amante de las artes, es un pueblo que sabe elegir su destino. Estoy seguro que don Fernando Mediz Bolio desde donde esté, sonreirá complacido al comprobar que su obra sigue gozando de aceptación en su tierra natal. Los hombres pasan, pero las ideas permanecen.

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