Romance del Olonés
Según cuentan viejas consejas,
El Olonés, era un pirata
que dejó su corazón anclado
al pie de las murallas.
Según narra la leyenda,
el corsario bordó
en su blasón la calavera
y dio a la fiereza
alojo en su garganta;
el Olonés donde pasaba,
dejaba una estela de saqueos
y un rastro inconfundible
de muertos por su espada,
hasta que lo atravesaron
de parte a parte,
los ojos de una campechana:
ojos de un azul, tan acerado,
como el frío estilete
de las aguas;
y desde entonces,
el Olonés, que solo pensaba
en los tesoros que podía
obtener en las batallas,
no era capaz de poner freno
a los suspiros
y tenía el horizonte
tatuado en la mirada,
pensando día y noche
en aquella que a mansalva,
la calma le robara...
Soñaba el Olonés,
- y es cosa que se calla -,
que el alma de un pirata
que piensa en el amor,
camina por la tabla...
Cercado y perseguido
por naves de todas las armadas,
el Olonés fue hecho prisionero
y condenado a morir
en la horca,
a la primera luz del alba.
Camino del cadalso,
lleno de angustia,
el Olonés se preguntaba
si no tendría al menos,
el consuelo de pronunciar
su nombre como última palabra...
"... Pero ignoro siquiera como será su gracia",
cavilaba lleno de abatimiento
y de tristeza el Olonés,
que con los ojos velados
por la lágrimas, tropieza
y sin querer,
derriba a una muchacha.
El reo se apresuró
a levantar del suelo
a quien atropellara;
y fue cuando sus ojos se encontraron
y se dijeron todo,
seguros que no habría más mañana...
"Voy a morir
y moriré feliz,
pues muero con vos en la mirada.
¿A quién debo dar cumplidas gracias?,
el preso cuestionó.
Escuetamente se escuchó:
"me llamo Ana..."
Unos minutos después,
la brisa se llevó
a lomo de gaviota,
la última nota
de la canción que entonara
el Olonés con voz enamorada,
tonada póstuma y macabra
que festinaba la dicha
y veta trágica
que son consustanciales
a los seres cuyo sino
es la desgracia;
y a la que su cadáver
parecía hacer segunda
mientras se balanceaba...
Comentarios
Publicar un comentario